Saturday, August 11, 2012

Primera fundación de Buenos Aires: versiones y cuadros de costumbres

La versiones de Ulrico Schmidel y Pero Hernández sobre la primera fundación de Buenos Aires, si bien mantienen un núcleo en común, difieren notablemente en estilo, aspectos narrativos, responsabilidad histórica de los personajes que tratan o finalidad de la obra.

El texto de Schmidel presenta los acontecimientos como fueron vistos por el autor, su estilo es tosco por momentos y poco adjetivado, con gran preocupación por la exactitud numérica cual si fuera agrimensor. En contraposición el texto de Hernández abunda en descripciones e imágenes frondosas que lo acercan al relato de aventuras.

En cuanto a sus aspectos narrativos, ambos textos poseen cuentos encriptados. A modo de ejemplo se podría citar el capítulo XXIV de Hernández que narra el escándalo que causó un tigre al atravesarse en el camino, originando una gran pelea entre españoles e indios que solo pudo ser frenada con la intervención de Álvar Núñez quien fue el único capaz de renovar la paz entre los grupos. Schmidel, por su parte, habla de una “grandísima y monstruosa serpiente de 45 pies de largo, de grueso de un hombre” que mataron de un balazo dando alivio a los nativos que “cuando se bañaban, ésta y otras de su especie, les rodeaban el cuerpo con la cola, y hundiéndolos en el agua, sin saber los indios lo que les sucedía, se los comían”. Esto en cierta forma recuerda al episodio de Laocoonte y las serpientes en Eneida: Laocoonte, el sacerdote troyano de Febo, advierte sobre el peligro que encierra el caballo de dejado por los dánaos.

"Equo ne credite, Teucri. Quidquid id est, timeo Danaos et dona ferentes"

Vir. Eneida (II, 49)

"No confiéis en el caballo, troyanos. Sea lo que sea, temo a los dánaos, aún portando regalos"

Dicho esto los dioses envían serpientes monstruosas para que lo devoren a él y a sus hijos, cosa que los troyanos malinterpretan como un oráculo y meten el gran caballo en la ciudad, lo cual marcaría el fin del Troya. Sin saberlo, Schmidel escribe una de las ironías de la História: la aceptación de los regalos de los conquistadores, de la misma forma que en Eneida, también sellaría el destino de los pueblos americanos.

Finalmente, hay una diferencia de objetivo en los textos. El texto de Hernández es un panegírico apologético sobre Álvar Núñez, se muestran sus virtudes, su bondad con los indios. El hambre, si bien aparece en la obra (la gente del gobernador llega a comer hasta gusanos), no aparece de la forma funesta que la describe Schmidel. El texto de éste último, en cambio, es más cercano a un diario de viaje, tiene un concepto utilitario del nativo y su retrato principal es la miseria ocasionada por el hambre. Cuando Pedro de Mendoza censa a sus contigentes se encuentra con que de 2500 que había traído quedaban solo 560 “los demás habían muerto, y la mayor parte de hambre”.

  Por su parte, el texto de Félix de Azara examina los textos de los cronistas del plata tratando de separar la realidad de la imaginación en la medida de lo posible. Tiene en gran estima a Schmidel, aun con todos sus errores, debido a la exactitud con que se narran los hechos:

...historia de los hechos que había presenciado, estropeando, corrompiendo y trocando tanto los nombres de las personas, ríos y lugares, que sólo las puede entender quien los conozca por otra parte. Su obra se tradujo al latín y de éste al castellano sin corregir la nomenclatura.
Quitando este defecto es la más esacta que tenemos, la más puntual en las situaciones y distancias de los lugares y naciones y la más ingenua e imparcial.

Dicha imparcialidad está dada por su categoría de soldado raso, lo que implica que su texto no tiene necesidad de ajustarse según influencias políticas. Sin embargo, su lealtad a Irala termina en un velamiento de lo ocurrido durante los dos años que van desde su llegada hasta el arribo de Álvar Núñez.

No obstante, Azara tampoco es ciego a las exageraciones que realiza Schmidel, ampliando el número de enemigos y bajas, aludiendo a ciertas defensas indígenas u otorgándole comportamientos europeos a los mismos (uso del bigote, cría de animales domésticos).

Este juicio cambia completamente cuando se refiere a los demás cronistas. Al hablar de los Comentarios de Álvar Núñez la considera como “una obra tan confusa, que no se entiende, y otras altera y cambia los nombres”. Por otra parte, la obra de Martín del Barco Centenera es tratada despectivamente:

Los profesores juzgarán su mérito poético; yo en cuanto a historia considero que esta obra tan escasa de conocimientos locales, y tan llena de tormentas y batallas, de circunstancias increíbles, á los que no conocen a aquellos naturales, y de nombres y personas inventados por él, que creo no se debe consultar cuando pueda evitarse. Pero su empeño mayor es desacreditar a los principales y los naturales, siguiendo en esto el genio característico de todo aventurero y nuevo poblador como él lo era.

Finalmente, cuando se refiere a la Argentina manuscrita de Ruy Díaz de Guzmán invalida su testimonio por considerarlo poco escrupuloso:

Lo dicho basta para que no lo tengamos por escrupuloso y para que no nos cause novedad si vemos que en vez de verdades cuenta novelas, como son: la leona que defendió a la muger; la transmigración de los chiriguanos; el viaje de Alejo García, el haber conocido a su hijo, y cuanto se refiere a las alhajas de plata llevadas del Perú al Paraguay. (8)

Con respecto a la geografìa humana, Azara confronta constantemente sus investigaciones con lo escrito por los cronistas:

...de modo que me he propuesto hacer saber el número y la situación de casi todas las naciones que hay y ha habido en aquel país, para que se puedan enteneder y corregir las relaciones antiguas. Estas, como hechas por los conquistadores, multiplican el número de naciones y de indios, con la idea de dar esplendor a sus hazañas. Los historiadores que han copiado dichas relaciones, no las han corregido ni se han propuesto describir aquellas naciones. La mayor parte de las relaciones convienen en asegurar que casi todas la naciones eran antropófagas y que en la guerra usaban flechas envenenadas; pero uno y lo otro creo falso, puesto que nadie de las mismas naciones come hoy carne humana, ni conoce tal veneno, ni conserva tradición de uno ni otro. No obstante estar en el pie de que cuando se descubrió la América, y de que en nada han alterado sus otras costumbres antiguas.

Cabe destacar que considera como nación al grupo étnico unido por identidad de “espíritu, formas y costumbres, con idioma propio”. Así describe ampliamente sus creencias, modos de alimentación, vestimenta y rituales de los charrúas, pampas, guaraníes, guanas, albaias, payaguas y da algunas noticias breves de otras tribus. Es visible la admiración de Azara por los indígenas, de quienes generalmente destaca su “estatura, armas, fuerzas y talento”.

Habla, además, de los “pardos” que son los individuos resultantes de la mezcla de raza entre blancos, indios y negros, diferenciando entre estos a los “mestizos”, que eran hijos de blancos e indios, y los “mulatos” ,que eran hijos de blancos y negros.

Considera que esta mezcla racial era la constante de la primera generación rioplatense debido a la ausencia de mujeres españolas. Su opinión es favorable en cuanto al mestizaje en el que favorece la raza europea otorgándole un elemento añadido que mejora la raza. Se advierte, de esta forma, una creencia en la diferencia racial como factor decisivo en la fisonomía moral de los pueblos.

 El tema del campesinado español es tratado por Félix de Azara en forma minuciosa, dando cuenta de sus ritos y costumbres, sus parroquias rurales, su educación, su asistencia médica, sus viviendas. Las valoraciones que hace Azara sobre el campesinado español a veces se tiñen casi de una nostalgia bucólica:

los españoles campestres, diciendo que me parecen más sencillos y dóciles que los ciudadanos y que no alimentan aquel odio terrible que dije contra la Europa. Sus casas, por lo general, son unos ranchos o chozas desparramadas por los campos, bajas y cubiertas de paja, con las paredes de clavos verticales juntos clavados en tierra, y tapados sus clavos con barro. (197)

Esto nos recuerda a la egloga I de Virgilio, en el diálogo entre Títiro y Melibeo se puede observar también esta diferencia de carácter y “aquel odio terrible” que menciona Azara. La egloga comienza con las palabras de Melibeo relatando cómo tuvo que abandonar sus tierras debido a la confizcación dada en el proceso de colonización que siguió a la batalla de Filipos y se lamenta de la confusión que hay en la campiña. Las quejas de Melibeo se ven contrarrestadas por las alabanzas de Títiro a la vida campestre y a Augusto, a quien considera como el dios autor de su tranquilidad.

Por su parte, Azara, hace una división del campesinado en agricultores y estancieros, y destaca que estos no eran unicamente españoles sino “de todas las castas de hombres”, identificando un rasgo que luego sería definitorio en la construcción de la identidad de la población del río de la plata. Asimismo, se detiene en la importancia del caballo en la vida del campesino y elogia su habilidad y conocimiento en relación a estos animales:

Por supuesto, no tienen otra instrucción que la de montar a caballo, ni sujección ni amor patriótico; y como se ocupan desde la infancia en degollar reses, no ponen el reparo que en Europa en hacer lo mismo con los hombres, y esto con frialdad y sin enfadarse. Son en general muy robustos, se quejan poco o nada en los mayores dolores. Aprecian poco la vida y se embarazan menos por la muerte. nadie se mezcla en disputas agenas ni pendencias, ni arrestan a ningún delincuente. Miran estas cosas fríamente, y aun tienen por maldad descubrir a los reos, y el no ocultarlos y favorecerlos. (201)

Finalmente, habla acerca de los “gauchos” o “gauderios” diciendo que son reos fugitivos de España o Brasil y que habitan los desiertos. Hace una descripción sumamente gráfica de los mismos y su opinión es, sin lugar a dudas, sesgada:

Su desnudez, su barba larga, su cabello nunca peinado y la oscuridad y porquería de semblante, les hacen espantosos a la vista. Por ningún motivo quieren servir a nadie, y sobre ser ladrones, roban tambien mujeres. Las llevan a los bosques y viven con ellas en una choza, alimentandose de vacas silvestres. Cuando tiene alguna necesidad o capricho el gaucho, roba algunos caballos o vacas, las lleva y las vende en el Brasil, de donde trae lo que le hace falta. (203)